viernes, 23 de diciembre de 2011

ALUMNAS PREMIADAS EN LOS CONCURSOS LITERARIOS

NAVIDAD 2011 EN ESKIBEL


SECUNDARIA

CONCURSO DE POESÍAS

- Gabriela Pombo – 3º ESO
- Lorena Rezola – 3º ESO
- Sarah Gabriel – 2º ESO
- Blanca Urbizu – 1º ESO


PRIMARIA

CONCURSO DE POESÍAS

- Claudia Nevado – 6º Primaria
- Elsa Barrutieta – 5º Primaria


CONCURSO DE CUENTOS

- Maider Zudaire – 4º Primaria
- Lucía Balanzategui – 3º Primaria


CONCURSO DE ADIVINANZAS

- Clara Encío – 2º Primaria


CONCURO DE LEMAS

- Carla Arregui – 1º Primaria


Enhorabuena a todas las premiadas. Tenéis en este blog los trabajos ganadores.

lunes, 19 de diciembre de 2011

NAVIDAD LITERARIA EN ESKIBEL

PREMIOS LITERARIOS DE SECUNDARIA

Duerme San Sebastián

Las estrellas no duermen en San Sebastián,
de ella toda la noche cuidando están.

Desde arriba donde yo estoy,
todo se puede observar.
No hay bruma alguna
que algo nos pueda ocultar.
Las aguas de las playas
en una calma total,
será una pequeña señal
de que esta ciudad pronto va a cambiar.

Veo a un niño,
allí abajo sentado.
Tiene tanto frío, que no para de llorar,
con suerte y repentinamente,
lo recoge su mamá.
Esto es otra señal
de que la ciudad cambiará.

Algo nuevo ha empezado
porque alguien ha llegado.
Ese niño de ojos verdes,
ha cambiado la ciudad.
Ese niño de ojos verdes,
Jesús se llamará.
Ni a los pobres ni a los ricos abandonará,
a todos en su momento salvará.


Las estrellas no duermen en San Sebastián,
de ella toda la noche cuidando están.

GABRIELA POMBO LACAMBRA – 3º ESO


Una noche especial

Los copos de nieve caían
tiñendo los campos de blanco,
y en el establo María
cubriendo al Niño con su manto.

Ese Niño que sonreía
al ver los copos caer,
toda la gente decía
que era el Hijo de Yahvé.

Los pastores y sus ovejas
intentando dormir están,
bajo un cielo lleno de estrellas
en una noche tan especial

Ahí van los reyes magos
siguiendo a la estrella fugaz,
muchos caminos han pasado
para llegar a esta ciudad.

Muy lejos los ve María,
José enciende un farolillo
todos llenos de alegría
porque ya vieron al Niño.

LORENA REZOLA -3º ESO



GRACIAS A ÉL

Sentí frío y Él me abrigo
me caí , y Él me levanto.
El Señor, mi salvador.
Gracias a Él, hoy soy feliz.
Cuando llegó, aprendí a vivir.

Hoy es veinticinco,
Su cumpleaños nada más.
Él sabe que cuando crezca,
nos va a salvar.
Y para nosotros hoy es día de Navidad.

Gracias a Él, hoy puedo ser feliz
cuando llegó, aprendí a vivir.
Gracias a Él, hoy soy feliz
cuando llegó, aprendí a soñar.
SARAH GABRIEL – 2º ESO




¿Qué es la Navidad?

Hay quien piensa que la Navidad
es poner un árbol,
adornarlo,
y ya está.

Yo en mi casa
pongo un árbol y además
también coloco
un pequeño portal.

El de mi casa
no es de verdad
pero ya me gustaría
en Belén poder estar.

Pues estaría con el anunciado Mesías
al que junto a los pastores
me pondría a adorar.

Allí nació Él
junto a la Virgen,
San José,
y los Reyes Magos también.

Yo en mi casa
pongo un Belén,
¿Este año
lo pondrás tu también?

BLANCA URBIZU - 1º ESO





PREMIOS LITERARIOS EN PRIMARIA

LEMA DE NAVIDAD

1º DE PRIMARIA

En la Navidad nace el Niño Jesús y lo celebro con mi familia en casa de mis abuelos.
Preparamos comida especial y luego a dormir porque vienen los Reyes Magos a dejarme los regalos.
CARLA ARREGUI INDURAIN



ADIVINANZA DE NAVIDAD

2º PRIMARIA

Tiene el pelo amarillo,
tiene un velo azul.
Es guapa y tiene un marido
y tiene un hijo que se llama Jesús.
¿Quién es?
CLARA ENCIO AVELLO



CUENTO DE NAVIDAD

3º PRIMARIA

UN REGALO POR NAVIDAD
Estaba mirando el nacimiento, cuando vi a un pastor con un cordero que me sonreía. “¡Hola!”, le dije, “¿Adónde vas?” “Voy a adorar a Jesús y a darle este cordero”.
A mí me pareció una buena idea. Entonces vi una rosa sobre el camino, la cogí, y el pastor me dijo: “¿Para quién es?” “Para Jesús”, le dije.
Al llegar al portal se la puse en la cuna.
María y José me dieron las gracias, y Jesús me sonrió.
Ese sí fue un buen regalo.
LUCÍA BALANZATEGUI


4º PRIMARIA

NAVIDAD EN EL CORAZÓN

Juan y Sofía eran dos hermanos que esperaban que llegase la Navidad. Pero ellos no querían pedir nada a Papa Noel y a los Reyes Magos. Ellos sólo querían que Jesús se metiese en su corazón.
El día que llegó la Navidad, Sofía y Juan se alegraron mucho porque se dieron cuenta de que Dios se había metido en su corazón. Al final del día, los dos salieron a la terraza, miraron al cielo y dijeron:
¡¡¡Gracias por todo, y por lo que has hecho por nosotros, Jesús!!!
MAIDER ZUDAIRE


POESÍA DE NAVIDAD

5º PRIMARIA

EL DÍA DESEADO

¡Por fin ha llegado!
El Día tan deseado
Que con su luz nuestra
Vida ha iluminado.

¡Es el niño Dios!
¡Es el niño Jesús!

Todo el mundo empequeñece
Ante tan grandiosa Belleza.
Está el niño arropado
Con la mula y el buey al lado.

¡Es el niño Dios!
¡Es el niño Jesús!

En la Navidad
Surge la Felicidad
Porque Dios está.

Todo el mundo está contento
Porque tenemos a Dios dentro.
ELSA BARRUTIETA


6º PRIMARIA

LA NAVIDAD Y YO

Ya estoy vieja y cansada ,
Mas esta historia os contaré
De cómo llevé a María
Hasta el portal de Belén

“Era una mula tranquila
Sin nada que hacer
Y de repente me vi
en camino hacia Belén
José nervioso, de mí tiraba
Mientras María sonriente le tranquilizaba,
-José, amor mío, nuestro hijo hoy nacerá,
Mas no desesperes en buscar un lugar
Ya que el Señor un portal nos guardará
Y con una estrella en lo alto lo iluminará

De repente muy ansiosa me sentí
El Hijo de Dios estaba sobre mí…
No sabía a dónde ir, no sabía qué decir
Pero los ojos de María clavados sobre mí
Hicieron que me sintiera diferente y feliz

Finalmente, como María dijo, todo sucedió
Y una gran fiesta allí se celebró
Melchor fue el primero en llegar
Guiado por la estrella fugaz
¡¡GRACIAS A TI TE DOY, SALVADOR!!
Fue lo primero que exclamó
Cuando vio a Nuestro Señor

Hasta los animales ante la frase se arrodillaron,
Las cabezas en el suelo apoyaron
Yo mi cabeza también hundí
Pero los deditos de un niño sentí,
Acariciándome solo a mí
Y en sus ojos advertí
La nobleza de ese chiquitín


A día de hoy le sigo adorando,
La Navidad celebrando
Y esta historia a todos contando.
Porque quiero que os sintáis
Como la mula que en su lomo llevó
A María, Jesús y José”

CLAUDIA NEVADO

sábado, 10 de diciembre de 2011

RELATOS PREMIADOS EN EL XII CONCURSO DE RELATO BREVE DE ESKIBEL

PREMIOS GÓNGORA

1º PREMIO


UN VIAJE INESPERADO


El paisaje, desde aquel ventanal, resultaba monótono, pero salí a verlo detalladamente, desde una perspectiva más cercana. No me conformaba con la rutina, con la uniformidad del día a día, por lo que sin pensarlo un instante salí con un paso decidido.
Allí me encontraba, en un bello jardín, sentía como si ese paisaje girase a mi alrededor. Los árboles se movían al ritmo del viento como si de un bailarín de ballet se tratase. Un ligero aroma a lavanda penetró dentro de mí y tras aspirar para apreciarlo, sentí como mis piernas se movían, llevando consigo todo mi ser. Me movía a un ritmo descontrolado, con frenesí; me sentía un miembro de una banda que desfila por las calles a un ritmo marcado, seguro, decidido, sin poder parar.
Tras una exhausta caminata, divisé un pueblo a lo lejos. Eso hizo que mi ritmo cesase para apreciar lo que mis ojos estaban viendo. Sin darme cuenta me encontré en la plaza principal, rodeada del bullicio de un domingo por la mañana en el mercado. Era un ambiente familiar, alegre pero ajetreado. Los vecinos se saludaban vociferadamente, de forma febril, con el mismo énfasis con el que se saluda a alguien a quien no has visto en bastante tiempo.
De pronto mi mirada se había desviado hacia una joven que se movía entre las gentes como si hubiese perdido algo. Aprecié que se dirigía a cada uno de los allí presentes, pero estos actuaban como si no le viesen. No le prestaban la más mínima atención. Tras unos cuantos intentos de que alguien le hiciese caso, acabó delante de mí, y yo escuché su oferta. Me la dijo como si estuviese cansada de repetirla, como si no hubiese esperanza alguna de que aceptase pero al escuchar algo tan sugerente, acepté con gran decisión, lo cual le sorprendió. La oferta trataba de un intercambio; ella me contaría una historia a cambio de unas pocas monedas. Comenzó a narrar, las palabras brotaban de su boca a borbotones. Poco a poco se iban intensificando y aquella emoción hizo, aún estando en medio de tal ajetreo, no escuchase más que aquella historia. Mis ojos brillaban al igual que los suyos. Estaba expectante y no podía parpadear. Tanto me gustó la historia que le dije que me contase otra, que no cesase. Así ocurrió una vez tras otra. Pude viajar por la sabana en una expedición, presenciar un concierto en Viena, admirar las maravillosas vistas desde lo alto del Everest, pasar un exasperante calor en África...
Pero de pronto, como si de un apagón de luz se tratase, calló de forma inesperada. Le pregunté por qué lo hizo y me explicó que esas eran todas las historias que había tenido el gusto de leer a lo largo de su vida, no conocía más. Me quedé sorprendido, jamás pensé que no hubiese vivido todo lo que había contado, pues lo describió de tal forma que estuve presente en cada una de las historias.
Al instante le dije que ahora yo le haría una oferta. Le ofrecí venir a mi casa para que pudiese leer todos esos mundos escondidos tras los libros que tenía. Lo único que le pedí a cambio fue que siguiese cantando todas las historias que pudiese, abrir los ojos al mundo y hacerle ver lo cerca que podemos estar de aquello tan lejano.

CRISTINA MARTÍNEZ LÓPEZ – 1º Bachillerato





2º premio


AQUEL VIEJO PARQUE

El paisaje, desde aquel ventanal, resultaba monótono, pero la verdad es que no me disgustaba. Es más, había ocasiones en las que me pasaba horas observándolo. Quizás porque esa monotonía se encontraba en mi interior. Quería que mi pensamiento volase lejos, hacia las vidas de esas personas que estaban ahí todos los días. Quería perderme en algún lugar, o hacer algo imprevisible, romper esas cadenas que me anclaban a la realidad. Lo cierto es que las envidiaba. Eran alguien, se sentían vivas; al menos eso era lo que yo creía. Me habría gustado ser ese viejo parque que observaba desde mi ventana. Conocer las historias de la gente que se sentaba en sus bancos y caminaba por sus senderos, comprenderles, ayudarles. Me pasaba horas enfrascada en estos pensamientos. Mis sentimientos dormían profundamente en mi interior, anhelando que algo o alguien los despertase.

Abrí los ojos. Ya era de noche y no había nadie en el parque. Me incorporé para bajar a cenar, pero antes de irme eché una última mirada a aquel sitio que me ayudaba a evadirme. Y me sobresalté. Un hombre caminaba entre los árboles sigilosamente. Cargaba con algo grande y vestía de negro con la cara cubierta. Vi como dejaba su peso en el suelo. Llevaba algo muy grande en una bolsa de basura. Por la forma que tenía no dudé en que lo que se disponía a arrojar al río era nada más ni nada menos que… ¡un cadáver! Me entró tal ataque de pánico… Sentí como algo se agitaba en mi interior. Para cuando me di cuenta ya estaba saliendo sigilosamente por la puerta de atrás decidida a detener al malhechor. La verdad es que en ningún momento pensé en la posibilidad de que aquel hombre fuese armado. Me pudieron las ganas de vivir una aventura… no se dio cuenta en ningún momento de que seguía sus pasos. Me escondía detrás de cada árbol, conteniendo el aliento. En una ocasión pisé una rama, y aquel leve crujido casi hizo que me descubriese. Se dio la vuelta y comenzó a mirar en todas direcciones. Es curioso, pero parecía asustado, inseguro. “Qué ironía”, pensé. Y continúe mi peligrosa labor. Vi como salía del parque y se acercaba a un portal, tocaba el timbre i decía: “Ya está hecho”. ¡Mis sospechas se habían cumplido!

¿Qué hacer entonces? Decidí llamar a la policía, que acudió a los pocos minutos y apresó con rapidez al asesino. Mientras un oficial me daba las gracias efusivamente, nos acercamos al hombre para escuchar su confesión. ¡Era un anciano! “¡Yo no he hecho nada!”, gritaba,”No he matado a nadie. ¡Soy una buena persona! ¡Fue él quien me dejó!”. El oficial le preguntó asombrado: “¿Pero quién…?” El anciano bajó la mirada y dijo con los ojos llenos de lágrimas: “Mi querido Walter, mi perro, con el que llevaba viviendo casi quince años. Falleció esta mañana y me sentí tan incapaz de enterrarlo… ¡No podía vivir con ese recuerdo! Lo siento. Lo siento, Walter…”, sollozaba. El agente me miró enfadado. ¡No se trataba de un homicidio! Como mucho le pondrían una multa… Pero no me sentí avergonzada. Me había encantado lo que había hecho. Me había ayudado a descubrir que era valiente, fuerte,… Desapareció la niebla y vi la luz. Descubrí que cada mañana podría levantarme pensando que iba a ser un día agrande, que podía aportar muchas cosas al mundo, que merecía la pena luchar. Todo eso me llenaba y me daba fuerzas. Pedí disculpas a los policías y al anciano por mi exceso de prudencia y me marché tranquila, muy feliz.

Mientras me alejaba, oí un poco entrecortado un mensaje de radio de uno de los coches patrulla. “Se ha detectado un movimiento sospechoso en la zona sur. Sujeto armado ha arrojado un objeto no identificado al río. Solicitamos refuerzos”.

Después de todo, lo que hacemos siempre tiene un sentido…

TERESA REINA – 1º BACHILLERATO






3º PREMIO

AMOR


EL PAISAJE,DESDE AQUEL VENTANAL, RESULTABA MONÓTONO,PERO… A Eugenia le seguía pareciendo igual de especial que siempre. Eugenia pasaba mucho tiempo allí, a pesar de ser un simple desván. No le importaba que estuviera lleno de polvo, siempre que subía al desván se sentaba frente al ventanal y dejaba pasar el tiempo.

Aracnítol llevaba tres meses observándola, ella no sabía que cada vez que subía al desván Aracnítol estudiaba hasta el último movimiento o gesto.

Él vivía con toda su familia en aquel desván, no eran muchos puesto que, muchos de sus hermanos habían emprendido viajes a diferentes lugares. Aracnítol era un animal invertebrado con cuatro pares de patas y en la parte posterior tenía unos órganos con los que producía la sustancia que, en forma de rez, servía para cazar sus presas.

Solo hacía tres meses que había nacido, pero desde su primer día se había fijado en Eugenia. Estaba enamoradísimo, pero no tenía el valor de decírselo aunque siempre que podía se acercaba al ventanal y tejía grandes y hermosas telarañas para ella. A Eugenia le encantaban, pero nunca se imaginaria que las hubieron hecho para ella.

Un día Aracnítol tuvo el valor de acercarse al ventanal, Eugenia al verle se extrañó, parecía muy asustado. Entonces, él se atrevió a decir:
-Hola Eugenia, todo esto lo he hecho para ti.

Eugenia y Aracnítol pasaron toda la noche hablando. A ninguno le gustaba ser un insecto, querían ser grandes y vivir al aire libre, no en un desván. Sin darse cuenta los dos insectos se enamoraron.

Pero una cucaracha y una araña no podían ser felices y como se querían tanto decidieron visitar al Hada Fritz, que vivía en la antigua biblioteca del desván. Ella verlos les dijo:
-Yo, como Hada, os concedo un deseo fruto de vuestro amor y cariño.
Después de pensarlo respondieron:
-Deseamos: ser otro animal, ser un animal vertebrado y que ande sobre dos patas.

El Hada agitó su varita mágica y de repente se hallaron en una llanura, un tanto desértica y saltaban sobre sus dos patas; ahora los dos eran iguales. En realidad Eugenia en el vientre tenía un marsupio, pero los dos eran grandes y daban enormes zancadas sobre sus musculosas patas. También tenían unas enormes colas detrás que ayudaba a no perder el equilibrio.

Eugenia y Aracnítol pronto conocieron a más de su especie, les gustaba mucho "Australia" (como lo llamaban los demás). En unos meses nació su primer hijo y pronto los siguientes. Nunca nadie supo realmente que eran una araña y una cucaracha, pero no olvidaron nunca el paisaje monótono de aquel ventanal donde se conocieron.
Ana Smith – 4º ESO






MENCIÓN

Soldado

El paisaje, desde aquel ventanal, resultaba monótono, pero no le quedaba más remedio que permanecer allí. Hace ya varios meses que se había alejado de casa y odiaba tener que estar en la ciudad, en aquella habitación, con esa gente. Sin escuchar lo que se estaba discutiendo, miraba por la ventana y agradecía ser un hombre de campo, paciente, tranquilo y silencioso. Suspiro al recordar su casa en el monte, rodeada de arboles y de flores, donde el aire era puro y se respiraba paz. Abandono esos pensamientos al ver una cabecita rubia que destacaba entre el alboroto. Cerró un momento los ojos y recordó su marcha.
Se levanto pronto para no tener que despedirse, porque entonces ya no tendría valor para marcharse. No sabía si hacia lo correcto, pero pensaba en un futuro mejor para todos, y no quería que lo que quedaba de su familia sufriera más daños. Era un general joven retirado al campo tras casarse. Un día su país le reclamo, el se negó, pero no admitieron un no por respuesta.
Abrazo a su hermana Ann y le dijo: “tened cuidado.” Abrió la puerta para marcharse, y cometió un error: se dio la vuelta. Al hacerlo vio a su hija Liz, con un camisón blanco y su pelo rubio alborotado. Lo miraba asustada, sin comprender lo que estaba pasando. Se acerco a ella
- ¿De verdad tienes que marcharte?
El asintió
- ¿Con quién me quedaré yo?
- Con la tía Ann
- ¿Y mamá?
- Mamá… mamá se fue hace tiempo, cielo. No creo que vuelva
- ¿Por qué te vas? ¿Es que ya no me quieres?
A Jack se le empezaron a humedecer los ojos. Para tener seis años, su hija era muy lista.
- Pues claro que te quiero, cielo. Papá tiene trabajo pero volveré enseguida
- Papá no quiero que te vayas- y le dio un abrazo

La reunión había terminado y ya estaban preparados para entrar en acción.
- Eh, Jack. ¿estás bien?- le pregunto su mejor amigo, Bill.
- Si, solamente estaba pensando en Liz y en cuando acabara todo esto.
- Vamos, concéntrate. No podrás volver a verla si te matan.
Y ese fue su objetivo; seguir con vida. Evito balas, granadas, bombas de todo tipo. Se ocultó, atacó, se defendió. Bill permanecía todo el rato a su lado. Eran amigos desde la infancia. Le ayudó a explicarle a Liz porque se mudaban y también a donde se había ido su madre (aunque esa parte no la había entendido bien). Bill le había apoyado cuando su esposa había muerto cuando su casa empezó a arder “accidentalmente”.
Quedaban ya pocos rivales con los que luchar. Eso y el agotamiento hicieron que Jack perdiera un poco la concentración, lo suficiente como para no poder esquivar del todo una bala, que en vez de darle en el pecho, le dio en el vientre. Se desplomó en el suelo y se apretó la herida, para no desangrarse, con las pocas fuerzas que le quedaban. Bill llegó a su lado cuando estaba a punto de perder el conocimiento, pero pudo oír como le decía:
- Aguanta, Jack, aguanta. Hazlo por Liz, te necesita.
Y eso le dio fuerzas a Jack para seguir luchando.

Begoña Senosiain – 1º Bachillerato









PREMIOS CERVANTES



1º PREMIO


EL MISTERIO DEL DESVÁN

Siempre había tenido miedo de subir al desván. Siempre. Desde que llegamos a este pueblo y vi la que iba a ser nuestra casa de intercambio, tuve un mal presentimiento. En realidad, ni siquiera me había gustado la idea de mi madre de contratar una agencia de esas que buscan una familia con la que intercambiar tu casa. Pero mi madre es muy cabezona, y si se le mete algo entre ceja y ceja no hay persona sobre la faz de la Tierra que le haga entrar en razón.
Así que, ahí estaba yo. Al pie de la escalera, en una casa en medio de la campiña inglesa mientras una familia que no conocía de nada tomaba posesión de mi precioso piso en Manhattan. Esperando que algo, cualquier cosa, me impidiese subir. Al ver que no pasaba nada, empecé a subir lentamente.
Llegué a un pequeño pasillo con tres puertas a cada lado y una, un poco más pequeña, al fondo. Una a una, fui probando con todas. Cerradas. Como último intento me encaminé a la más lejana, temiendo que esta se abriera. Para mi desgracia se abrió antes de que pudiese siquiera tocar el picaporte. Me deslicé dentro y encendí la luz que apenas iluminaba la habitación. Era pequeña y estaba llena de telarañas. Además de muchos trastos viejos, había una pequeña cama y un armario. Lo abrí y saqué las sábanas lo más rápido que pude. Estaba ya bajando las escaleras cuando lo oí. Suave, como el susurro del viento al pasar entre las hojas de un sauce. Y salía de la habitación en la que estaba yo un minuto antes.
Eran las doce de la noche, no podía dormir. No había contado a nadie mi aventura en el desván, pero no conseguía quitarme ese sonido de la cabeza. Que mi habitación estuviese justo debajo del desván tampoco ayudaba. Estaba yo pensando en mis cosas cuando volvió a escucharse. Solo que más fuerte, como un lamento. No sé que me impulso a subir, pero lo hice. Uno a uno subí todos los escalones, y una a una recorrí todas las puertas hasta llegar a la que quería. La misma en la que había estado esa misma mañana.
Sobre la cama, había una niña, de unos cinco años, sentada abrazándose las rodillas. Poco a poco me acerqué y me senté a su lado. Al verme puso cara de horror y desapareció levantando una gran nube de polvo. Se desvaneció. Del resto de las habitaciones se empezaron a escuchar golpes. Como si hubiese gente atrapada dentro que aporrease la puerta para que alguien les abriese. La niña volvió a aparecer misteriosamente en el marco de la puerta. Se acerco lentamente mientras levantaba un dedo y me miraba con cara de lástima. Cuando su dedo tocó mi sien, todo se volvió una espiral y solo recuerdo haberle oído decir: `Lo siento, pero sabes demasiado, has visto demasiado`
Al día siguiente amanecí en mi cama. No sabría decir si lo de anoche había sido un sueño o si debía contárselo a mis padres. Justo en ese instante, mi madre entró por la puerta:
-Tesoro, ya sabemos que esto del intercambio de casas te hacía mucha ilusión, pero a tu padre y a mí nos ha salido una cuestión de trabajo y tenemos que volver a casa en el primer avión que encontremos. Pero hemos pensado que igual podríamos volver por Navidad…
Yo sonreí. Para entonces ya se me ocurriría algo. Volvería para resolver el misterio del desván.
MARÍA RUIZ – 3º ESO






2º PREMIO

Me he ido, pero volveré


Siempre había tenido mucho miedo de subir al desván, pero aquel día me sentía valiente. Nunca, en la vida, me había atrevido ni incluso a abrir la puerta que conduce hasta ese tenebroso lugar.

Mi madre, una mujer rubia, alta y joven, con unos ojos preciosos, nunca me había hablado de él. Cada vez que le preguntaba, se le ponía la piel de gallina y rápidamente cambiaba de tema.

Mi padre era marinero o, mejor dicho, capitán de un gran barco mercante, “El Finisterre”. Solamente le veo un fin de semana al mes, en Navidad y en Año Nuevo. La verdad es que nunca le he preguntado nada sobre el desván, aunque no creo que haya tenido mucho tiempo para descubrirlo.

Mi hermana, Cecilia, es cinco años mayor que yo. Está en esa fase llamada adolescencia. Yo eso no sé muy bien lo que es, pero lo que sé es que cada día está más insoportable. Va al colegio con la falda hacia la mitad del muslo y, cuando vuelve a casa, se encierra en su cuarto con música altísima a hacer los deberes, o eso es lo que dice.

En cuanto a mi, me llamo Javier, aunque todos me llaman Javierito. Tengo ocho años y cumplo nueve el mes que viene. Todavía no se me han caído todos los dientes, aunque ya me quedan pocos. Desde que nací me ha dado miedo el desván. Por la noche, cuando pasaba por el pasillo, lo hacía de forma rápida porque me sentía inseguro pasando cerca de allí.

Aquel día era el día perfecto para ir a explorarlo. Ya no tenía tanto miedo y, para colmo, llovía. Lo presentía, ese era el día.

Estuve toda la mañana planeando lo que iba a hacer. Estaba muy ilusionado. Cogí mi mochila del colegio. Allí metí mis galletas preferidas, un batido de chocolate, una manta calentita, pilas de repuesto para la linterna e incluso tiritas. Vamos, por si sucedía algo inesperado.

Después de comer, me puse manos a la obra. Cogí la mochila y me la puse a la espalda. Tenía la linterna en la mano. Estaba preparado. Fui lentamente hacia la puerta, suspiré y, sigilosamente la abrí. Di un paso y la puerta se cerró a mi espalda, dando un fuerte golpe. Encendí la linterna. Lo primero que vi fueron algunas escaleras que descendían. Lentamente, comencé a bajarlas. Eran de madera y chirriaban. En una de estas tropecé con un clavo y bajé rodando hasta abajo. Me levanté. Olía muy mal. Menos mal que llevaba la linterna porque no se veía nada. Había muchos trastos viejos por allí. Pude reconocer la bicicleta con los ruedines que utilizaba cuando era pequeño, una muñeca de mi hermana y hasta los esquíes nuevos de este año. Parecía como un gran baúl lleno de recuerdos y cosas de la familia. De repente, escuché un ruido extraño. Algo que rodaba por el suelo. Empecé a tener miedo y subí corriendo las escaleras. El ruido cada vez se alejaba más, pero seguía corriendo hacia arriba. Abrí la puerta y le di un abrazo a mi madre.

A la hora de acostarme, ya me sentía mucho mejor. Abrí mi mochila porque quería coger las galletas y, en ese momento, me di cuenta de una cosa. ¡Las pilas no estaban! Ese era el ruido que escuché ahí abajo. Sonreí. Por lo menos así supe que no había nada ni nadie extraño allí abajo. Me metí en la cama y dije:

- Volveré…
Marina Hernández – 3º ESO







3º PREMIO


Cómo Billy aprendió a volar


Siempre había tenido mucho miedo de subir al desván, pero ese día no tenía elección. Si no se escondía rápidamente lo encontrarían y lo reclutarían para el ejército. Tenía miedo. Miedo de que pudieran pegarle un tiro. Miedo de no volver a ver a su familia. Miedo de morir solo. Miedo de la crueldad y estupidez del hombre. Tenía miedo de la guerra.
Cinco días antes, cuando habían anunciado que necesitaban gente para luchar en el Pacífico, miró a su madre y vio en sus ojos el mismo miedo que sentía él ahora. Bill, Billy como lo llamaban entre amigos, sería el soldado perfecto: alto, fuerte, joven –tenía solo veinte años- ; obediente, siempre dispuesto a ayudar a los demás. Pero nunca se había planteado el hecho de ir a la guerra.
Oyó golpes en la puerta, luego en las ventanas. Fue entonces cuando se acordó de que no había cerrado la de la cocina y al oír el ruido de unos platos rompiéndose, supo que habían entrado; estaban registrando la casa. Se apretujó más contra el armario detrás del cual se había escondido y descubrió un viejo cuaderno que había pertenecido a su abuelo.
“Él sí que era un verdadero hombre”, pensó Billy. Su abuelo había luchado en la Primera Guerra Mundial. Había sido el jefe de una escuadrilla de pilotos de guerra. Los había dirigido en el campo de batalla y había fallecido en él, dejando atrás una mujer y dos hijos.
Billy abrió el cuaderno. Una hoja que estaba rota se desprendió. Estaba escrita bajo la lluvia, pues la tinta se había corrido en algunos lugares. Decía así: “Hace frío, la mitad de nuestros hombres están heridos y cinco de nuestros aviones no funcionan. Pero parece que a ellos les da igual. Les veo desde aquí, sentados todos juntos, hablando, riendo, cantando… todos están felices. Son jóvenes y saben que aquí pueden morir, pero parece que eso no afecta a su buen humor. Cuando miro a estos chicos a los ojos, veo en ellos un brillo especial; el de saber que están ayudando a su país; el de saber que algún día les recordarán como héroes; el de saber que se han atrevido a luchar por los que más quieren. El de saber que son valientes.”
Billy cerró los ojos, suspiró hondo y bajó del desván.
Al cabo de unas semanas sus botas llenas de barro corrían rápidamente hacia un avión. Sus guantes de cuero agarraban los mandos y en unos segundos volaba. Volaba con su avión pintado de camuflaje. Volaba porque era valiente.

María Serrano – 3º ESO







MENCIÓN

El diario del desván


Siempre había tenido mucho miedo de subir al desván pero aquel día me armé de todo mi valor para subir allí.
Aquella casa era una de las más grandes que había visto en mi vida. No era como la que tenía antes, sino que era el doble o el triple.
Tenía tres pisos, un sótano y un desván, el desván a donde no me atrevía a ir. Mi hermano me había contado que era oscuro, fantasmagórico. Le daba miedo hasta a él, que era tres años mayor que yo.
Pero aquel día me propuse subir. No podía pasarme todos los días lluviosos viendo la televisión así que, cogí una linterna de la cocina, y no sin mucho valor, subí al desván.
Cuando abrí la puerta, vi una habitación oscura llena de polvo y de armarios y baúles viejos. Había cosas tapadas por sábanas así que decidí empezar destapando un gran armario. Me recordaba al de una película que había visto en la que la niña se adentraba en el armario y aparecía en un reino mágico. A lo mejor yo también iba a un lugar así.
Lo abrí y contemplé unos vestidos de los años treinta o cuarenta. No había nada de especial allí.
Vi un bonito baúl, me acerqué a él y descorrí el cerrojo. Me quedé fascinada cuando subí la tapa. Había muchísimos libros y cuadernos.
Agarré uno de ellos. Al abrir el cuaderno leí “Diario de Helen”. Pasé la página y comencé a leer:

“Querido diario:
Hoy ha sido un día duro. Seguimos sin saber nada de papá y me preocupa. No me gusta que esté tan lejos de mí. Lo echo de menos. Creo que hicimos bien en marcharnos de Londres, en la radio he oído que hay bombardeos casi todas las noches. {…}
Helen
15 de abril de 1941”

Casi me caigo al leer la fecha. ¡Estaba ante un manuscrito de la 2ª Guerra Mundial!
Pasé las hojas rápidamente y, al no haber suficiente luz, bajé a mi habitación.

Ese verano lo pasé leyendo aquel diario. Aprendí muchas cosas, desde cómo vivían en tiempos de guerra hasta cómo vivía y se comportaban. Narraba su día a día. Me daba mucha pena porque su padre había muerto en la guerra y ella tan solo tenía 15 años.
El diario contaba con varias partes, una por cada año hasta que cumplió los dieciocho, que se escapó de casa para ser enfermera.
Yo no quería que nadie supiera que lo estaba leyendo hasta que una noche mientras leía en la cama, mamá vino a mi habitación y me vio leyendo.
-¿Qué lees?- preguntó mientras yo trataba de esconder el diario.
-Nada- respondí.
Ella me quitó el cuaderno de las manos y comenzó a hojearlo. De repente, se paró en una de las fotos que había. Parecía que estaba a punto de llorar.
-¿De dónde lo has sacado?- preguntó mientras se le llenaban los ojos de lágrimas.
-Del desván-contesté con un hilo de voz y, sin venir a cuento, se puso a llorar.
-Lizzy, cielo, esta chica es tu abuela- dijo. Yo me quedé impresionada.-Esta era la casa donde vivía cuando era joven pero como ya sabrás- señaló el diario- se escapó para ser enfermera. Allí conoció al abuelo.
Yo estaba sorprendidísima. Toda mi vida había querido conocer a la abuela y, en dos meses, lo supe todo sobre ella.


Alejandra Garayalde – 3º ESO